Fluir con la vida es encontrar la mezcla perfecta entre el disfrute y el desafío. Hablamos de esos momentos de gran creatividad y rendimiento que nos impregnan de sentimientos positivos. El desafío es una parte fundamental en nuestro bienestar físico y psicológico. No hay felicidad sin desafíos. Pensemos que es mucho más difícil encontrar algo placentero o gratificante en una actividad que está por debajo o por encima de nuestra capacidad.
Hablamos de esas experiencias, conocidas en carne propia por todos, en las que hemos sido capaces de sumergirnos y disfrutar de una tarea, “olvidando” todo aquello que no tenía nada que ver con ella. El tiempo se distorsiona, parece acelerarse o detenerse.
Es un estado en el que la consciencia trabaja en un nivel distinto. La mente y el cuerpo se sincronizan, fusionándose con la actividad. Algunos lo llaman la zona. En psicología lo llamamos flujo. Y una vez que entras en la zona ya no puedes olvidar nunca más lo que se siente. Da igual que se logre escribiendo, pintando, componiendo música o haciendo deporte.
Entrar en flow (estado de flujo) implica sacrificar los recursos que solemos destinar a la atención periférica en otra centrada y sostenida; un “sacrificio” que redunda en bienestar emocional.
Existen varias dimensiones necesarias para que se dé la experiencia de fluir. Es necesario contar con un objetivo definido. También es más probable cuando nuestra capacidad está ajustada al nivel que demanda la tarea.
Requiere un importante grado de concentración. Hay una unión de conciencia y acción. Tenemos percepción de control de lo que hacemos, es decir, no nos produce ansiedad ni pensamos en el fracaso. La consciencia desaparece. El ego se desvanece. Tenemos una percepción alterada del espacio temporal. Es una experiencia: hacemos la actividad porque el simple hecho de que hacerla es su principal meta y por nada más